Alejandro Parigi, el amor es más fuerte

Alejandro Parigi, el amor es más fuerte. El periodista de Argentina, Alejandro Parigi, murió a los 58 años, una salida de esta cloaca bastante decorosa y sorpresiva, bien a su estilo.

Alejandro Parigi

Por Mauricio Runno

Lo primero que conocí fue su voz. Estaba en la radio. Era uno del histórico programa Los Sobrevivientes, el programa más acorde a la primavera democrática en Mendoza. Desde el oeste de Argentina, y con la excusa del rock, ése programa era todo lo que estaba bien. Alejandro Parigi se paraba allí como una mezcla de fans de The Cure y admirador del rock de las tonadas de Hilario Cuadros.

Parigi era flaco en esa época. Me daba cuenta por la voz. Todos eran flacos y quizá lo siguen siendo: Rubén Valle, Luis Abrego, Néstor Sampirisi. Oía ese programa, como miles lo hacían entonces. Después los conocí en persona, a todos. Perdí esa magia y gané amigos, muy buenos. Después todo se invirtió y quedé como el único gran sobreviviente. Les creí tanto y todo que fui el oyente que se hizo programa.

Esto pasó a fines de los 80, por ahí. O por los 90, qué sé yo. Pero pasó. Y vos, Parigi, vos lo sabés, no te hagas el boludo ni pongas esa cara de gordo bueno a lo Troilo.

Parigi era de la tribu dark pero el rock le sentaba de perlas. Supongo que era dark porque le gustaban esas minas, enquilombadas pero inocentes, todas de negro y corazón rojo. Pero a éste lo dejabas con un disco de los Redondos y te armaba un programa ómnibus todo el fin de semana. Le sacaba jugo a las piedras (y a las chicas dark, obvio).

Tuve la suerte de emborracharme con él una noche, y con Néstor Nardella y con Luis Abrego, para el único show de la banda «Los niños, primero». Era ginebra o licor de huevo, alguna de esas mierdas. Cantamos un muy modesto y desprolijo set como teloneros de una banda «en serio». Con clara vocación coral, nuestra banda interpretó covers de publicidades radiales que eran furor en los estadios de fútbol. Cosa de borrachos, pero tranqui. Una perfomance para, creo, matar ese día que fue domingo.

Parigi y Nardella eran animalitos de radio, en todo el sentido de ser animalitos de la radio. Los tipos tenían una relación afrodisíaca con esa comunicación. Siempre admiré y aprendí de esa pasión del Ale: para mi la radio era eso que le tiraban a los jugadores cuando se comian 4 o 5 goles. Ahora me gusta, pero muy poco: Longobardi a las 6 de la mañana y listo.

El gordo era flaco, no les mentí, y aquí posa muy new age con parte de la banda Rayvan Pérez

Guillotina

Alejandro Parigi se fue un día a vivir a Buenos Aires, a una pensión donde iban todos los músicos de Mendoza que intentaban salir de la guillotina de aquí (se sabe: la guillotina mendocina no cae de arriba hacia abajo, sino de derecha a izquierda o viceversa: al que sale de nivel le dan el guadañazo).

Y así como un día se fue, otro día volvió, cargado, el gordo vikingo que se murió y la puta que lo parió al mundo y a la concha de su madre. Parigi contaba momentos fuertes de su estadía en Palermo y alrededores. ¿Dije antes que el gordo era como Fito Páez, del 63? Digo esto porque yo siempre fui 7 años más chico que él, pero nunca me dijo pendejo ni me trató así. Era copado el gordo. Rápido, inteligente, a veces cínico, siempre con ganas de comer, fumaba puchos entonces.

En algún momento fue manager de Alcohol Etílico. Duró un show en esa función. Lo echaron los Etílicos (que siempre fueron más desordenados que la custodia de CFK), ni más ni menos, porque el manager la noche del único show que los manejó terminó borracho en un rincón de una discoteca del Valle de Uco. Pienso que en realidad lo que les jodió a los Etílicos es que el gordo estaba tirado en un sillón, algo ebrio, con una ristra de chorizos cocinados alrededor del cuello.

El rock siempre ha sido una opción laboral muy inestable, ustedes lo saben mejor que yo.

Disidentes

Tomábamos mucho café. Hacíamos lo que hacían los periodistas. Y siempre nos quedábamos los dos charlando boludeces geniales. El gordo me ha hecho reír muchísimo. Se lo agradezco ahora. Gordo, cabrón, oíme: te agradezco eternamente las risas que me has regalado, generosamente.

En esas charlas siempre queríamos encontrarle la manija a la pelota. No era por la guita, sino para no aburrirnos tanto, para salir de la melancolía eterna de vivir… de amor. A Parigi siempre le gustaba esa frase de Charly y la repetía, sin cantar: «mientras miro las nuevas olas, yo ya soy parte del mar». No era ningún boludo el Ale.

Un día armamos una reunión con el gerente de Programación de Radio Nihuil, Ariel Robert. Fuimos a proponerla vaya a saber qué demonio de plan y el tipo nos tabulaba durante todas las charlas previas que tuvimos. Al fin habíamos dado con alguien que tenía un humor parecido al nuestro. Y Robert inventó un formato para un programa de radio, todos los sábados, de 10 a 12 (ponele).

Así nació el mejor programa de radio que he hecho en la vida: «Disidentes», por Nihuil. No me pregunten el año ni nada de eso porque es en vano. La radio todavía estaba en la calle Echeverría y era más pequeña que el club de fans de Gregorio Dalbón.

«Disidentes» era eso: estar en contra de casi todo y a veces uno del otro. Fue un éxito. Parigi era el 85 por ciento del programa, la columna vertebral. Era un profesional impresionante y pudo atrapar mi salvajismo y meterlo dentro de eso. Una de las grandes cosas que hicimos fue entrevistar a celebridades y cruzarlas con algunos mendocinos de menos fama. Fueron reportajes increíbles, delirantes y daban el sello al programa.

Fue tanto el éxito que hicimos una temporada en Mar del Plata, durante todo enero, todos los días. Y allí pasé un año nuevo con el gordo y su mujer de entonces. Los tres tomando champagne, caminando por la rambla. Y mientras mirábamos las nuevas olas también éramos parte del mar.

Extraño mucho a Parigi, al mar, esos momentos, armarnos la mesa de transmisión en un balneario de Punta Mogotes. Nos producía Orlando Abraham, otro gato hermoso.

Tremenda y emocionante despedida al Gordo, a cargo del Tomba, este último domingo. Le gustaba el fútbol y a veces lo ayudé a hinchar por Estudiantes de La Plata, su otro amor deportivo. Pero el Tomba era el diálogo con su padre, momento sagrado para el Gordo.

Epitafio

No me gusta que la gente se muera. O sea: podría hacer una lista de 50 personas que sí me gustaría que ya no estuvieran acá. A esas yo las he matado, ya. Con la indiferencia, con grandeza, sin tanta alharaca. No es necesario matar a los muertos.

Pero algo tengo con la muerte, será el misterio, el abismo, el Gran Mar al decir de Borges.

Eso tal vez animó varios días de mi vida, hace un tiempo, al escribir un ensayo y recopilación, Tus Epitafios.

Pero la muerte del gordo vikingo hijo de mil puta me trizó, de a poco. Me paralizó, mal. Rarísimo. Quería escribir algo pero no podía, no pude hasta recién, hace dos horas. Me enteré el sábado a la noche de su muerte. Pensé mucho en varias cosas que ni siquiera están escritas que pasamos juntos. Anoche soñé con él. Hoy quería ir a su funeral pero no me la banqué.

Entonces pasó lo siguiente hace 3 horas: volvía a mi casa, con ese tufillo a Zonda, y ensimismado como siempre, oí que alguien me gritaba. Era un tipo que salió del negocio que atendía y me reclamaba. No lo conocía. Pero no me asusté.

El tipo me dijo que yo era amigo de Alejandro Parigi. Y me preguntó qué le había pasado. Y casi lloro cuando terminó de explicarse. Le pude decir poco: nada. No sé qué le pasó, respondí. Y el tipo se quedó mirándome, respetuoso, muy caballero. Podría haberme tirado al piso o pedirle que me abrace. No hice nada de eso.

Y cuando llegué a mi casa, uno de Los Sobrevivientes, Rubén Valle, me explicó lo poco que dicen todos los motivos de las muertes.

Y me mandó todas las fotos que están acá ahora. Y le dije que iba a escribir del gordo, para que me dejara tranquilo, para que no me rompiera más las bolas, porque, en el fondo, a él le hubiera gustado que yo hiciera esto.

Mientras miramos las nuevas olas, ya somos parte del mar.

 

 

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