Argentina, muere en Mendoza escritor y poeta Raúl Silanes. Raúl Silanes nació en Chile aunque residió la mayor parte de su vida en Argentina, en Mendoza. Allí se hizo escritor de culto como pocos en el país. Murió ayer. Fue un gran mentor.
Argentina Raúl Silanes escritor
Por Mauricio Runno
Empecé muy rápido a escribir sobre las personas que iban dejando este mundo para navegar en el Gran Mar que espera al inicio de la no vida, la vida incomprobable, es decir, la muerte. A los 28 años me impactó la muerte. Fue en 1998 y se trataba de Maga Correas. Hasta ese momento había vivido sin esa noción irreparable, transformadora, dolorosa e inexorable.
Empecé rápido, dije, y aquel debut me hizo vestir circunspecto, respetuoso. No era luto. Era como estar «presentable» ante el impacto de la desaparición de un ser humano.
La muerte de Raúl Silanes, uno de mis dos mentores al que conocí en 1987 -ponele- en el Diario HOY, ya me encontró alelado, dolido y reflexivo. Sucede que hace pocas semanas se murió otro amigo, Andrés Torres, otro gran bastardo que vivió el rock como si estuviera en Londres aunque jamás salió de Las Heras, a pocas cuadras de la cancha de Huracán.
Entonces: cuando me enteré de la muerte de Raúl aún no había escrito nada sobre Andrés. Y como empecé rápido ya estoy bastante hinchado las pelotas de honrar a personas honorables para recordar que Mendoza es una máquina de moler talentos y hacerle la vida más jodida a personas que no joden a nadie. Y de dar fe que a la vuelta de tu casa tal vez viva alguien que sea re contra grosso. Y vos como chorlito estás esperando el último libro de un pelotudo que sale en un suplemento de pelotudos, como parte de un mercado de… pelotudos.
Andrés no la pasó mal, tal vez al final sí, por la maldita economía de un país del siglo XIX, y Raúl tampoco la pasó mal en Mendoza, incluso se reía mucho del mundo fenicio y de los fariseos de «Mendocita». Nunca quiso vengarse de nada y tuvo motivos.
El escritor Raúl Silanes se dedicó a escribir cuando entendió que el periodismo iba a quitarle mucha energía y aunque nació escritor recién cuando fue despedido del «paraíso del periodismo» se lo creyó y se convirtió en un escritor profesional: no le quedaba otra.
Y lo único que decidió es que debía ganarse la vida ganando premios literarios en cualquier parte del planeta o menciones o algo que significara dólares o euros para mantener el circo de la vida.
No estoy seguro que haya querido ser un autor de culto o un misterioso escriba que vomita el mundo en un rincón alejado y oscuro. Lo primordial era ganar guita, comer, mantener a su familia. Lo otro se fue haciendo como el viento. Creo. Un mito al que también alimentó con una gracia inusual para el carácter del montañés.
Obra literaria
Raúl no nació en Mendoza pero da lo mismo porque allí transcurrió una vida que recién ahora concitará atención (y tengo más dudas que certezas). Pero si Silanes hubiera vivido en otra ciudad o se hubiera mudado sería un César Aira, una Clarice Lispector, un Salinger.
Dejó en forma deliberada una obra literaria insólita, creativa, estimulante y a veces desgarradora, con una profundidad y concentración al estilo de los poemas épicos de la Grecia antigua. Andrés, otro tanto: nos han llenado de personajes del rock totalmente previsibles y farsantes en moral y ética (de estética siempre andan bien, esos).
Otro Andrés, Andrés Gabrielli, uno de los tipos que conozco más inclaudicables en su pasión por el cine y la literatura, fue mi otro mentor. El 50 es de él y el otro 50 es de Raúl: si tienen alguna queja pueden verlos de mi parte. A Raúl, no, claro (pero yo les puedo decir cómo comunicarse).
Estos que resultaron mis mentores sin jamás hacerse cargo de nada, porque de eso se trata, después de todo, me enseñaron casi todo y de todo. Yo era muy joven, de 16 para 17 años, y estos me dieron un salvo conducto en una oficina en el Diario HOY, pintada de un verde o un celeste que jamás soñó ni siquiera Jackson Pollock.
El jefe total de la oficina era Bucko Perla, Carlos Perlino, que parecía que era el director de ese diario. Lo era en realidad y lo hacía muy bien. Pero le calentaba dos huevos el periodismo, los periodistas, las noticias, los mentores, el rock, la inflación: era un Cioran fierrero. En esa época estaba bien fumar, era super cool. Y Bucko compartía su oficina con Andrés y con Raúl, que eran las voces del mega nuevo periodismo de la naciente democracia argentina en el oeste del país.
Y por alguna razón que mis mentores jamás explicitaron esa oficina se transformó un poco en mi lugar en la redacción. Ese galpón, como lo llamaba el Gringo Embrioni, que a veces diagramaba las páginas centrales y la tapa del diario HOY pero en esencia su relación profesional era con el whisky y la ginebra, era un zoológico. Y yo era el ciervito más nuevito del paisaje.
Peronista
Silanes fue peronista, Gabrielli, como su apellido lo indica. Yo era bastante de la Coordinadora -ponele-, era fans de la UCR (en esa época Cornejo también era radical y hasta se interesaba por la política, no como ahora, puesto a empresario). Silanes apena me vio supo que yo jamás iba a ser peronista. Con Gabrielli discutíamos de rock, nunca fue la política lo nuestro.
Y siempre me peleaban, siempre tenían razón y yo aprendía rápido: los estrujaba, los enloquecía, les preguntaba todo, pero discreto, bien, nada de vampirismo.
Eran tiempos distintos: en esos años los discos salían anuales, eran obras conceptuales y lo que se producía en un año y vivíamos eran Ey!, Un baión para el ojo idiota, Doble Vida, Los chicos quieren rock, Téster de violencia, Por mirarte, y discos de Fricción, Don Cornelio… era un quilombo, viste.
El escritor de Argentina Raúl Silanes, diría: si nos has escuchado esos discos, vaya nomás, tómese el tiempo y después vuelva. Pero Silanes no tenía la más puta idea del rock. Gabrielli, todo lo contrario. A Silanes le gustaba en ese entonces Fito Páez, Spinetta, Charly, y unos bolches rarísimos, tipo Miguel Cantilo, León Gieco (todo bien con León, ojo).
Silanes no debe haber bailado nunca. Casi que lo firmaría.
Escritura
Lo del escritor de Argentina Raúl Silanes era la escritura, la grafía, el pulso, concentración de largo aliento, estilo, o sea, era un copado. Fue el primer escritor que conocí en vivo. Y pensé que eran todos como él, pero está bien, porque yo era un pelotudo que estaba aprendiendo a respirar a esa edad. Y entonces Silanes me configuró vaya a saber por qué a su mejor parecer y se tomó un tiempo precioso en enseñarme lo que no se enseña, pero sí, en cambio, se aprende: el oficio de escribir.
Tengo millones de cosas para recordar y decir sobre Silanes. Son muchas y es un opio escribirlas ahora, pero hay una que me conmovió en aquella academia, entre psicodélica y troskista que tiene toda redacción de periodistas. Eso fue: Silanes me hizo entender el desierto. Aprendí a sentirlo de otra manera. Lo percibí propio, ancho y distante pero latente. Me cautivó el «cosmos» encerrado en un desierto. El vacío que me producía mudó a otros colores, a sentir el viento, a enamorarme del espectáculo de las tormentas eléctricas durante los veranos.
Jamás fui al desierto con Silanes. Jamás fui a ningún lado que no estuviera más lejano a dos kilómetros de un semáforo con él. Pero Silanes me reveló el desierto.
Es lo primero que pienso, ahora. Y me siento parecido: desamparado, condenado a la vida, a la espera, a la espera, a esa espera metafísica, la que tanto exaspera y hasta agota en los textos de Antonio Di Benedetto.
Silanes fue el Di Benedetto de esta época. El escritor que jamás bailó en la vida. El tipo más cariñoso y sensible y mordaz que creo haber conocido. Un hombre digno.
Ayer murió un hombre digno. Les juro que eso ya es muchísimo.
Y vayanse a la mierda si votan por Milei.
(hace unos días otro buen amigo me dijo que esto era para el la idea de su muerte y entonces va como trompada con todo)
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