Bodega Manuel Villafañe, vinos de Argentina con enorme tradición

Bodega Manuel Villafañe, vinos de Argentina con enorme tradición. La familia de Manuel Villafañe, llegado a Argentina en 1600, decidió seguir la tradición con una bodega que sorprende por su calidad.

Bodega Manuel Villafañe Argentina

En 1555 el Inca Garcilaso de la Vega daba cuenta del siguiente registro en sus Comentarios Reales (Obras completas, Capítulo XXV): “De la planta de Noé dan la honra a Francisco de Caravantes, antiguo conquistador de los primeros del Perú (…). Envió a España por planta; y el que vino por ella, por llevarla más fresca, la llevó de las Islas Canarias, de uva prieta, y así salió casi toda la uva tinta, y el vino es todo aloque, no del todo tinto, y aunque han llevado ya otras muchas plantas, hasta la moscatel, más con todo eso aún no hay vino blanco (…) Juntamente con lo dicho oí en el Perú a un caballero fidedigno que un español curioso había hecho almácigo de pasas llevadas de España, y que nacieron sarmientos; empero tan delicados, que fue menester conservarlos en el almácigo tres o cuatro años, hasta que tuvieron vigor para ser plantados, y para las pasas acertaron a ser de uvas prietas (…) El primero que metió uvas de su cosecha en la ciudad del Cozco fue el capitán Bartolomé de Terrazas, de los primeros conquistadores del Perú, y uno de los que pasaron a Chilli con el adelantado don Diego de Almagro (…). Plantó una viña en (…) Achanquillo, en la provincia de Cuntusuyu, de donde, año de mil quinientos y cincuenta y cinco (…) envió (…) muy hermosas uvas, a Garcilaso de la Vega, mi señor, su íntimo amigo, con orden que diese su parte a cada uno de los caballeros de aquella ciudad para que todos gozasen del fruto de su trabajo (…). Yo gocé buena parte de las uvas, porque mi padre me eligió por embajador del capitán Bartolomé de Terraza y con dos pajecillos indios llevé a cada casa principal dos fuentes dellas”.

Se le adjudica al franciscano Juan Cedrón, destinado en Santiago del Estero, la expansión de las vides por el territorio argentino. El religioso traía aquellas estacas de Chile, al parecer desde La Serena (en la IV Región), y en su obligado paso por Mendoza hacia el centro del país, introdujo en la región andina la novedad, incluyendo a San Juan, aunque también lo hizo en Córdoba, Tucumán y Salta.

Vinos para misas

Los sacerdotes compartían la vid de sus cosechas para celebrar los ancestrales oficios religiosos, como las misas. No era entonces del todo extraño descubrir pequeños viñedos en las cercanías de los templos y congregaciones de distintas ciudades. De modo que alrededor de 1556, el conquistador y colonizador, Francisco de Aguirre, fundador de Santiago del Estero, envió los primeros sarmientos y cepas desde Chile, que Cedrón recibía o bien traía para desarrollar la primera vitivinicultura en Argentina.

Para el 1600, el investigador mendocino Juan Draghi Lucero concluye que “ya casi era un problema la súper producción de vinos. Los “bodegueros” de hace tres siglos y medio miraban ansiosos donde colocar sus caldos”, sostiene. Esta razón es la que “hizo necesaria la rápida fabricación de botijambre para almacenarlo. Fabricábase botijas en lugares conocidos con el nombre de carrascal. La totora y las diferentes pajas cienegueras tuvieron gran aplicación, tanto para hacer los toldos, flancos de las carretas, como para forrar la botijambre”.

El costo de una botija a fines del siglo XVII era de “cinco pesos fuertes”, mientras que “la arroba cuyana de vino se vendía a dos pesos en Mendoza y en San Juan. Cada botija contenía dos y medias arrobas”. En virtud de las investigaciones de Draghi, “resultaba más caro el viaje a Buenos Aires (seis pesos) que el vino en el lugar de producción”.

Historia

Valga esta introducción sobre la historia del vino argentino porque es indispensable referirse a Manuel Villafañe como actor de esa época, y de cuyo legado hoy se desgustan grandes vinos en la bodega familiar que continúa, felizmente, la tradición más que centenaria del culto al vino.

Ubicada en la zona El Paraíso, en Maipú, la propiedad de 50 hectáreas desafía el paisaje de Mendoza: allí donde hubo desierto, ahora se dibujan hileras de las mejores cepas del terroir pedregoso que domina la enología. Tomás Villafañe, uno de esos abogados que pasó por grandes compañías (General Motors Argentina) y que suele ejercer con cierta parsimonia ahora su profesión, dedica sus esfuerzos en revalorizar un legado alucinante: sacar de la tierra lo mejor que puede ofrecer de la naturaleza de la mano de la sapiencia vinícola.

Equipo

Y lo ha logrado. Gracias a un equipo que se sostiene en dos pilares ineludibles en esta historia. Un ingeniero de Luján, de 80 años, Bernardo Ortiz, que ha realizado el gran diseño de estos viñedos que hasta hace 15 años eran puro desierto. Su visión de progreso es todo lo que necesita Argentina para salir de sus crisis.

Enólogo

La otra persona en el corazón del proyecto es el joven enólogo Juan Pablo Vivo, de 35 años, que se mueve como pez en el agua por el terroir. Nacido en viñedos, criado en viñedos, no podía no trabajar en viñedos. Y esa es su gran historia y desafío: respirar vendimia, llevar el malbec en la sangre, conquistar el desierto, ganarle. Sus vinos nunca son iguales, porque, como dice, la enología es siempre orgánica y cambiante. Es un hombre de la Mendoza más profunda que se piense: ha crecido entre viñedos, también siguiendo la herencia familiar desde su tatarabuelo.

Exportaciones

La producción de Manuel Villafañe es casi un secreto en Cuyo, no así en Buenos Aires, Córdoba y Rosario. Y lo impresionante de la producción anual de 380 mil litros de vino es que el 70 por ciento se exporta a Inglaterra, Estados Unidos y China. Si hay un lugar para una recomendación es imposible no probar el Cabernet Franc de este páramo de Maipú.

Pero, claro, el malbec es el varietal predominante y uno de sus grandes productos, con el sello de su enólogo, la visión del ingeniero y el dejar hacer de su gerente. Todas estas habilidades se suman. Y al probar los vinos se multiplican, en sus diferentes líneas.

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