Boric, emergente en Chile de una generación politizada

Boric, emergente en Chile de una generación politizada. La victoria electoral de Gabriel Boric es el emergente de una generación politizada en Chile, que está causando un verdadero cambio de paradigma.

Chile Boric emergente

En Chile, de la mano del electo presidente Boric, gobernará una fuerza del radicalismo democrático, de la justicia social y con la agenda verde más clara y ambiciosa de América.

Es el mismo país en el que las reformas de los Chicago Boys llevadas a cabo por la dictadura de Pinochet configuraron un orden social que sobrevivió a la transición a la democracia como una revolución pasiva, estrechando la soberanía popular y limitando al máximo los componentes igualitarios de la promesa democrática.

En una región a menudo retratada como inestable y tumultuosa, Chile fue el caso perfecto para los estudiosos más conservadores. La desigualdad rampante y el estancamiento institucional no produjeron cambios políticos más allá de la alternancia entre los dos grandes polos que compartían los fundamentos del modelo.

Sin embargo, en ese Chile, una protesta que empezó siendo estudiantil por el precio del transporte fue concatenando demandas hasta desembocar en un estado de creciente oposición social al orden existente, denunciado como excluyente y propio de élites endogámicas encerradas en sí mismas.

Generación militante

El cambio político está protagonizado y liderado por una generación de chilenos forjados en la protesta y la militancia extraparlamentaria, que crearon sus propios instrumentos electorales, -más allá de los partidos del orden establecido pero también más allá de la izquierda tradicional- para abrir el sistema político a la voluntad popular que se desarrollaba “afuera”.

En esto, las similitudes, incluso biográficas e intelectuales, son extremas con varios casos europeos, también el español del primer Podemos en los años 2014 y 2015. Pero el cambio no es solo generacional, sino que tiene que ver con los contenidos, con la horizonte propuesto y con la forma de mirar al propio país.

En ese sentido, la coalición que ha traído a Gabriel Boric a La Moneda, es una fuerza claramente contemporánea: que se hace cargo de los problemas y tensiones de su tiempo, que no pretende ganar las batallas de sus mayores sino más bien el presente y el futuro. Con los mismos valores pero en los términos y condiciones vigentes.

Toda la campaña de miedo desatada contra Boric por los poderosos sectores conservadores y ultras chilenos no pudo detener su ascenso político por una sencilla e importante razón: quienes hoy se preparan para conducir los destinos de Chile nunca cometieron el error de imaginar o presentar el cambio político y social como una tabula rasa. Esta idea, que parece esencialmente teórica, tiene profundas consecuencias políticas prácticas.

Narrativa

Boric y su gente saben que todo orden exitoso, y claramente el neoliberalismo estuvo en Chile en el sentido de que reordenó completamente el país, produce su propia subjetividad: produce cotidianidad, afectos, expectativas y una forma de ver la vida.

No se trata de una “mentira” que se combate simplemente “diciendo la verdad”, como sacando a los subordinados de la ignorancia. Una dominación es una forma de vida que incorpora a los dominados, y quienes aspiran a cambiarla, a transformarla para hacerla más justa, tienen que partir de la composición social, cultural y afectiva realmente existente de sus conciudadanos, no de la que les gustaría.

Esto explica en parte su triunfo: no hay vuelta atrás a una época preneoliberal. Ningún orden puede ser impugnado desde la plena exterioridad. Existe, sí, la posibilidad de un futuro posneoliberal, pero necesariamente se construirá con los límites y contradicciones de los sujetos constituidos por el orden anterior, a partir de sus promesas incumplidas, pero también de su régimen de deseos y miedos. No todas las posibles declinaciones del famoso Frente Amplio entendieron esto, y por tanto no todas pudieron haber ganado. Los de la izquierda tradicional, de hecho, criticaron a Gabriel Boric y sus colegas por ser demasiado transversales.

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