Chile, cómo frenar delirios de extrema izquierda

Chile, cómo frenar delirios de extrema izquierda. Nueva etapa en camino democrático, la ciudadanía de Chile ha dado  muestra de madurez frente a tentaciones populistas y de extrema izquierda.

Chile extrema izquierda

Por Pedro González

Chile tiene la reputación de tener la población democrática más liberal de América Latina. Como casi todo el continente, ha pasado por la amarga experiencia de una dictadura militar pero, a diferencia de la mayoría de sus países vecinos, ha logrado reencauzar su democracia sin contragolpes ni el derramamiento de sangre correspondiente.

Chile ha llegado ahora a una nueva etapa en su camino democrático, tanto más importante cuanto que puede erigirse en modelo y líder del cambio en el continente iberoamericano.

El empuje del populismo castrochavista parecía haber consolidado su imparable avance con las últimas elecciones y la instauración inamovible de las dictaduras en Cuba, Venezuela y Nicaragua, secundado por el giro hacia la ultraizquierda en Perú, Honduras, Argentina y Colombia.

El modelo chileno fue y es particularmente importante y emblemático. Todos los populismos de ultraizquierda , caracterizados entre otras cosas por la entronización del indigenismo y la condena despiadada de toda la historia común del continente con España, estaban embebidos en su proyecto de constitución.

Una tendencia que se ha extendido como la pólvora desde Estados Unidos hasta la Patagonia, con el beneplácito de los círculos intelectuales y periodísticos progresistas españoles, incluida la facción podemita del gobierno de Pedro Sánchez.

Rechazo constitucional

El rechazo abrumador de los chilenos a este proyecto de constitución no se debe sólo a un texto voluminoso y farragoso y profundamente desequilibrado, sino también a su objetivo de fondo: un cambio total de régimen, reemplazando el modelo de democracia liberal por uno revolucionario que terminaría dando lugar a un solo partido.

El proyecto, elaborado por una convención con un marcado sesgo ultraizquierdista y un fuerte componente indigenista, muy por encima del actual 15% de la población, parecía fascinar por su aparente progresismo: nada menos que 103 derechos sociales constitucionalmente reconocidos, superando el récord de 82 en la Constitución Bolivariana de Venezuela, y por supuesto muy lejos de los 21 y 15 plasmados en sus respectivas leyes básicas por países tan «atrasados», como Dinamarca y Austria.

La definición de un estado plurinacional provocó la mayor alegría en el seno del independentismo catalán, y finalmente la abolición de una justicia única e igual para todos, reemplazada por sistemas paralelos e incompatibles entre sí, deleitó a quienes vieron en este ascenso artificial del indigenismo una nueva palanca para la manipulación de un futuro poder totalitario.

Giro centrista

Afortunadamente, el presidente Gabriel Boric ha entendido el mensaje, por lo que no ha tardado en remodelar su gobierno, eliminando a algunos de sus elementos más estridentes, como la ministra del Interior Izkia Siches y su subsecretario, el comunista Nicolás Cataldo. Y degradando a su ex compañero de huelgas y revueltas, Giorgio Jackson.

Al mismo tiempo, ha traído a la centrista Carolina Tohá, hija del exministro del Interior de Salvador Allende, y a la socialista Ana Lya Uriarte, ambas partidarias de un diálogo más equilibrado con esa mitad del país que no está a favor de ponerlo todo patas arriba.

Boric oscila, por tanto, de la extrema izquierda al centro izquierda , aunque tendrá que permanecer muy atento para que la facción «Apruebo», la combinación del Frente Amplio, el grupo de fuerzas más cercano al presidente, y el Partido Comunista, no corte la hierba bajo sus pies.

Guillermo Teillier, presidente del Partido Comunista, advirtió: “Si los resultados son parejos, tendremos que salir a la calle”. Y es bien conocida la larga experiencia de los comunistas en apretar el voto y ocupar las calles.

Progresismo en duda

Carlos Malamud, profesor e investigador titular del Real Instituto Elcano, cree que lo ocurrido en Chile «cuestiona la idea de un giro a la izquierda, de la omnipresencia de los gobiernos ‘progresistas’ y de las ‘virtudes populistas’. Y hará que esos líderes interesados ​​en promover reformas constitucionales en sus propios países lo piensen dos veces, sobre todo si quieren hacerlo con estándares democráticos».

Perú, Honduras e incluso, aunque con muy pocas opciones, Colombia, se encuentran en ese momento.

De hecho, el habitual aroma socialcomunista hispano se notó cuando el presidente colombiano, Gustavo Petro, describió la abrumadora victoria del rechazo chileno como un renacimiento al estilo de Pinochet. Incluso el expresidente socialista Ricardo Lagos no pudo contenerse: «La constitución [que rige en Chile] lleva mi firma. Los que la vilipendian que se pongan al día. No es un texto de cuatro generales, nos tomó seis años de gobierno para llevar a cabo estas reformas».

Las elecciones chilenas sirven de pórtico a las grandes elecciones de Brasil el 2 de octubre . Como en aquella elección, las encuestas están mostrando un deseo de cambio. Es de esperar que la ostensible polarización que vive no tome la forma de un choque frontal, prácticamente irreconciliable, entre el actual presidente, Jair Bolsonaro, y el retador, Luiz Inácio Lula da Silva.

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