Chile, mujeres artesanas inspiradas en llamas y desierto

Chile, mujeres artesanas inspiradas en llamas y desierto. Mujeres artesanas en el norte de Chile buscan inspiración en las llamas y el desierto como motivos tejidos en textiles sagrados.

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En el norte de Chile, Teófila Challapa aprendió a tejer rodeada de colinas y caminos arenosos del desierto de Atacama. “Hincha los hilos, niña”, le decía su abuela hace medio siglo.

Las mujeres aymaras como Challapa, que ahora tiene 59 años, se familiarizan con los hilos de lana bajo un cielo azul y un aire tan fino que los forasteros luchan por respirar. Mientras pastorean llamas y alpacas a través de escasos pastizales a 3.500 metros sobre el nivel del mar, crean sus primeros textiles.

“No teníamos ropa ni dinero, así que necesitábamos aprender a vestirnos con nuestras propias manos”, dijo Challapa, sentada junto a mullidas alpacas afuera de su humilde casa en Cariquima, un pueblo de menos de 500 habitantes cerca de la frontera entre Chile y Bolivia.

El conocimiento de su oficio se transmite de generación en generación, asegurando el vínculo de las familias aymaras con su tierra.

Challapa reza antes de comenzar su trabajo: “Madre Tierra, dame fuerzas, porque eres tú la que producirás, no yo”.

Pachamama

Entre los 3 millones de aymaras que viven en las fronteras de Chile, Perú y Bolivia, la Tierra es conocida como “Pachamama”. Los homenajes y los rituales pidiendo sus bendiciones se entrelazan en la vida cotidiana.

“Creo en Dios, pero la Tierra nos proporciona todo”, dijo Challapa.

Pachamama ofrece a Challapa inspiración para sus textiles, conexiones con sus antepasados y su identidad cultural. También proporciona medios para la supervivencia.

“Mis animales son mi madre”, dijo Challapa.

Sus alpacas y llamas fueron fuente de carne, lana y compañía durante los difíciles años que pasó criando a sus hijos como madre soltera.

En el vecino pueblo de Colchane, Efraín Amaru y María Choque comparten su casa de un piso con “Pepe”, una elegante llama blanca que coquetea con los visitantes.

Artesanos

“Para ser artesano hay que tener la materia prima”, dijo Amaru, un descendiente de artesanos aymaras de 60 años. Sus padres le enseñaron a criar camélidos que producen la lana más fina. «Tienes que comunicarte con tus animales porque son parte de ti».

Antes del Día de la Pachamama, el 1 de agosto, la pareja preparó un ritual en honor a la Madre Tierra. Sobre un manto que tejieron para la ocasión, colocaron granos de sus cosechas y trozos de lana -entre otros objetos por los que agradecen- y pidieron prosperidad.

“Hacemos ofrendas esperando buenas semillas y cosechas, bienestar para nuestros animales y lluvia”, dijo Choque. “Luego nos dirigimos a la luna y las estrellas. Nuestros abuelos nos decían que esas son las almas de nuestros antepasados, que nos miran desde arriba”.

Choque aprendió a convertir lana en hilo cuando tenía 6 años. Sin juguetes con los que jugar, Choque dijo que ella y sus compañeros pasaban los días viendo a sus mayores tejer, una demostración del oficio y de cómo vivir una vida plena.

Su abuela fue su primera maestra. Después de darle una aguja de coser, le enseñó a Choque a producir calcetines y gorros. Después vinieron los chalecos y los ponchos.

Una vez que una joven discípula domina las agujas de coser, pasa a tejer en telares. Unos años más tarde, enfrentará su mayor desafío: tejer su propio “aksu”, la prenda más preciada y tradicional de los aymaras.

“Mi aksu no es un traje”, dijo Choque. “Es parte de mí. Cuando era pequeña, usaba el mío a diario, hasta que tuve que usar uniforme para ir a la escuela”.

Desde la producción de lana hasta la confección de tejidos, todo el proceso de fabricación textil puede tardar hasta dos años.

Las artesanas aymaras esquilan a sus animales en octubre, cuando el clima es más templado. Sus llamas guardan unos cuantos centímetros de lana para mantenerse abrigadas y listas para el “floreo”. Durante este antiguo ritual celebrado en febrero, los aymaras atan flores de lana y pompones a sus camélidos identificándolos como de su propiedad y agradeciendo a la Pachamama por la abundancia.

Una vez recogida y limpia la lana, las artesanas la manipulan con la punta de los dedos y sacan hilos de ella, creando ovillos que montan en sus telares para tejer.

Gracias a los ingresos que obtenían de la venta de sus textiles, las mujeres aymaras como Challapa y Choque podían permitirse enviar a sus hijos a la escuela.

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