Cuando el mundo se hizo reino de los tercios políticos

Cuando el mundo se hizo reino de los tercios políticos. Asoman franjas de distintas sociedades en el poder accionando política sin demasiado correlato con la crisis que trajo el coronavirus.

Política coronavirus

Por Mauricio Runno

Editor General News of the World

Decididamente el 2020 será el año bisagra, la bala perdida que mata y hiere de sopetón.

Ha sucedido la mitad del año. Pero la sensación es que el tiempo jamás ha sido tan veloz en su dinámica de cambio permanente. Quienes en 1989 asistían al derribo del muro de Berlín no estaban seguros de lo que vendría, pero aquel fenómeno fue más gradual en digestión y, claro, en asimilación del cambio.

Todo es radicalmente distinto ahora, en 2020: la aceleración del tiempo es vertiginosa, cruel, multidireccional, intragable.

El despegue del SpaceX, en medio de la gran pandemia, es un símbolo. Así como también el pasaje automático de decenas de millones de personas, en todo el mundo, a la pobreza y la precariedad. Un ying y yang asustador.

La urgencia de la época requiere equilibrio y balance. En especial entre los líderes de lo público, hoy también dueños de lo privado. Y de lo que se vislumbra en una suerte de mirada de jirafa que recién se incorpora, el paisaje surge desolador. No hay muchos que hayan seguido la recomendación del escritor de Blade Runner, Philip Dick: “No intentes resolver asuntos serios en medio de la noche”.

Las polarizaciones de las sociedades en Occidente se han declarado en los accesos de los populismos, tanto de izquierda a derecha, como novedad contemporánea que solo ha dado matices al desarrollo de corrientes ensimismadas en acumulación del poder.

La experiencia histórica concluye que el populismo carece de ideas trascendentes, oscilando según el ánimo del líder del momento.

Trump, el presidente de la mayor potencia del mundo, es la referencia inevitable. Maduro, en la otrora poderosa y hoy irrelevante Venezuela, es su contracara. Integran la democracia insolente de los un tercio. Allí se asientan estos gobiernos: en la guarida de los propios, cuidando las espaldas del líder que abriga con dádivas al resto del clan, las sobras del selecto festín.

Un tercio es el calor que todavía enternece a Bolsonaro en un Brasil que persigue la trayectoria de una misión dislocada, al estilo SpaceX, aunque sin destino cierto. Un tercio es la barra de gimnasia en la que la “siempre” presidente de Argentina, Cristina Kirchner, desliza en acrobacias menos lucidas pero efectivas: dejar sin efecto su prontuario, para ella, sus hijos y algunos pocos cercanos.

Cuando el mundo más necesitaba de estadistas se encuentra con administrativos pretenciosos.

Dudosos de sensatez, especuladores marginales, atados a un destino de ombligo.

China, la tres tercios de siempre

La única hegemonía ante el sistema del un tercio dominante es China, a la que todos miran con recelo, salvo en América Latina, donde ha conseguido hacerse un lugar (poder), en base a inversiones cruciales en buena parte de los países de la región.

Europa ha puesto sus ojos en China como adolescente que sale de la ingenuidad. Y ya nadie se extraña que la guerra comercial entre las dos potencias que se disputan el liderazgo mundial es, precisamente, una guerra. Vale todo. Y eso que sabemos, de esa lucha, hasta ahora, casi nada.

Crece el control y la tentación autoritaria, en detrimento de la libertad a elegir, de tender a la diversidad.

El un tercio es parte de un fragmento de fotografía de la película. El asunto es si la porción se ubica al principio, al final, o más bien es el nudo de la historia.

Y otra vez Philip Dick: “La realidad es aquello que, cuando dejas de creer en ella, no desaparece”.