El desafío político en tiempos líquidos. El autor insiste que dos cosas olvidaron padres y educadores de enseñar. La primera: algo que dure toda la vida es algo que tarde o temprano terminará. La segunda: todo ser viviente está en constante transformación.
Política tiempos líquidos
Por @alejandro_maure
El siglo XX se fundó en la idea de lo duradero asociado a las personas, de aquello que daba seguridad de que mañana no iba a ser diferente que ayer, porque uno podía tener garantías de previsibilidad.
Los accidentes que alteraban el curso de una vida en segundos eran casi excepcionales. La norma era lo estable, con trabajo y dedicación el futuro era algo que se podía delinear, en tanto el tiempo fuera aprovechado convenientemente. El tiempo de antaño, parecía un bien imperecedero que se manifestaba en la desgraciada valoración de la palabra siempre.
«Siempre» generó expectativas exageradas en torno a lo que se creía seguro e inmodificable. La cultura del siglo pasado se configuraba en la mentalidad de la época con lo estable y duradero como fundamento, a pesar de todos los cambios que se produjeron, fundamentalmente, a partir de la I Guerra Mundial.
La política, adaptada
Por supuesto que la política, actividad que se caracterizaba por la «adaptabilidad en la permanencia», fundamentó sin mayores precisiones la idea de que el tiempo era algo que podía controlarse.
La Historia era la disciplina que le ofrecía a un político las herramientas para armar un boceto del futuro. Pocos percibieron que el pasado solo podía proveer de ejemplos útiles para lo meramente intelectual. El mundo se estaba transformando fuera del poder institucional de las sociedades. Ni siquiera las universidades pudieron captar en su totalidad lo que se estaba produciendo dentro de sus claustros.
La revolución de las ciencias fue incomprendida hasta por sus protagonistas. Alguno que otro autor pudo entrever, sin total certeza, ciertas claves del fenómeno y hasta se animaron a teorizar algunos aspectos del mismo.
Los políticos más visionarios y modernos no supieron ver que la clave del futuro estaba ante sus ojos. El tiempo estableció su propia dinámica, con prescindencia absoluta de sus creadores. Transformó el paradigma de la estabilidad. Junto con el consumismo, crecía la capacidad de crear conocimientos, de acumular información, de reducir las geografías, de terminar con las verdades absolutas.
Era la tecnología, estúpidos
Si alguien preguntara qué hacer en política, un intento de respuesta sería «crear la propia experiencia avanzando».
El pasado inmediato da pocas referencias ante la dinámica del cambio. Presente y futuro casi que se han fusionado, y tienen un sello propio sin referencias históricas. Desconcierta, pero es así. Dirigencias que no se han adaptado al S.XXI, quieren que el tiempo se detenga en donde lo hizo su capacidad de entendimiento. Poderes analógicos en épocas digitales. Sin capacidad de reacción, frente a hechos que se generan en segundos y se difunden en minutos.
La realidad viene sin margen de asimilación. Todo discurso vano, basado en la promesa venidera, sucumbe en lo que tarde en reaccionar la sociedad a través de las redes sociales. No hay cuestiones ideológicas en debate, no. La política debe refundarse a partir de lo único seguro que ofrece la mentalidad de la época: el mañana es hoy.
Eso lleva a que no pueden apostar por la clemencia de los archivos. El político moderno tiene que tener una formación científica no solo en lo social. El político moderno debe entender sobre el manejo y la creación de nuevas tecnologías, las que le ayudarán a adaptarse a la lógica de lo transitorio.
Hay abundancia de información, los hechos están al alcance de todos aunque puedan distorsionarse. Pese a los intentos de reinterpretación que se hace de los mismos, es cada vez más dificultoso impedir la difusión masiva de los mismos en tiempo real. Ignorar la ocurrencia de un acontecimiento, es para minorías.
Por eso es que ya no son los políticos quienes tienen el monopolio de lo político, en tanto se entienda esto como categoría de lo que pueda afectar a una sociedad en su conjunto, desde la capacidad de decidir o impedir institucionalmente.
Esto es, nadie puede asombrarse que un político en función de gobierno tome conocimiento de algo por los medios de comunicación, y no en un documento de ministerio. Con lo cual, el poder de tomar una medida de gobierno se esfuma por la imprevisibilidad las consecuencias de causas generadas repentinamente.
Los políticos actuales aún no entienden que la política no puede tener los mismos tiempos de generación que en el siglo pasado. Ni siquiera los de un lustro atrás. La sociedad ha multiplicado sus actores, lo que consigo trajo el surgimiento de demandas nuevas que, sin concesiones, demandan una revisión de lo que conformaba la estructura de lo estable.
El desafío de decidir en lo inmediato
El fenómeno de las ONG, sin entrar en análisis ideológicos, es un buen ejemplo de una redefinición de la política. Tales organizaciones, con su acción muestran que es posible obtener una solución política a un problema puntual, sin someterse a los tiempos burocráticos que se disfrazan como «institucionales».
Las personas avanzan de acuerdo a sus necesidades. La política ya no es algo que se limite a los partidos políticos, ni siquiera a un gobierno de cualquier nivel. Hay una nueva concepción de lo político, que se aleja de la condición de arcano que solo pueda ser interpretado por un líder carismático y sus acólitos. Internet ha hecho público todo aquello necesario para que cualquier persona con sentido común, escoja aquello que le permita tomar las mejores decisiones. Sin intermediarios.
Esto puede conspirar contra cierto sentido de lo social. Sin embargo, el verdadero peligro para la democracia moderna está en que los políticos legislen y decidan en función de escenarios estáticos. Sobran ejemplos de esto, en todo el mundo. La política debe unir adaptabilidad a transformación.
Si ya es de por sí difícil llegar a afirmaciones concluyentes en cualquier plano, en lo que toca a las ideas políticas esa dificultad se potencia. ¿Cómo se hace para relativizar juicios que nacen de las impresiones de un conjunto de personas en una red social, con la apariencia de una verdad? ¿Cómo establecer un conjunto de principios que interpreten demandas novedosas en sociedades que se reconfiguran permanentemente? ¿Qué puede dar alguna pauta de estabilidad a una ley, si la actualidad se reconoce en lo efímero?
Son demasiadas preguntas cuyas respuestas solo pueden ser transitorias. Una aproximación a la resolución de parte del dilema es, a la vez, una de las paradojas más sólidas: la conversión a la ortodoxia de lo pragmático. La virtud del político contemporáneo se debe reafirmar en su pragmatismo, sin esconder que puede actuar en sentido contrario a su discurso, aunque tampoco sea algo definitivo.
Hoy no puede hablarse de contradicción, ni traición a la palabra. En tiempos que el cambio aceleró todo, las necesidades de una sociedad surgen repentinamente. La virtud es poder decidir contrarreloj, sin vacilar. Y lo que se decidió ayer, quizá no sirva mañana.
La fortuna en la política del siglo XXI solo favorecerá a quienes sepan unir la prudencia a la máxima velocidad.