La película chilena ganadora del Oscar según The New York Times

Por A. O. SCOTT

Podría parecer que el título de la nueva película de Sebastián Lelio ya lo dice todo: es fantástica. Daniela Vega, la protagonista, es fantástica también. Cítame en la publicidad, con puntos de exclamación, si así quieren hacerlo. Mi trabajo aquí ha terminado.

Bueno, en realidad no.

Una mujer fantástica es, a la vez, tanto una historia simple de autoafirmación y de desafío a las normas como un estudio complejo de los matices de la identidad. Las complicaciones se extienden al título.

Marina (Vega), una mesera y cantante de cabaret ocasional que vive en Santiago de Chile, a primera vista parece cumplir con las fantasías románticas de su amante, Orlando (Francisco Reyes). Más tarde, irrumpen en su rutina diaria —y en la adherencia de Lelio a las convenciones del realismo— momentos de espectáculo fantástico y de surrealismo. Y en el transcurso de una serie de sufrimientos que comienza con la muerte de Orlando, muchas de las personas con las que se encuentra Marina cuestionan si siquiera es una mujer.

Grasas malas que no son tan malas y buenas que no son tan buenas
Tal como la heroína en el filme anterior de Lelio, Gloria (2013), Marina es insistente respecto a su propia dignidad —sus derechos básicos al respecto, la seguridad y la búsqueda del placer— ante la condescendencia, la indiferencia y el desprecio.

Sus situaciones no son idénticas: Gloria es una madre divorciada de clase media alta que está en sus cuarenta; Marina es joven, transgénero y proviene de un entorno modesto. Pero ambas se rebelan contra una sociedad obstinadamente patriarcal que las margina y espera que se conformen a tener un estatus de segunda clase y ser cuasi invisibles.

Prácticamente en cuanto Marina llega al hospital con Orlando, quien ha sufrido un aneurisma en medio de la noche, la tratan menos como una persona que como un problema. Los médicos y los oficiales de seguridad utilizan el pronombre masculino para referirse a ella y la atosigan con preguntas entrometidas y llenas de sospechas. Una detective (Amparo Noguera) la visita en el trabajo y su diligencia obligada se transforma en acoso y humillación.

Negación y tolerancia

La exesposa de Orlando (Aline Kuppenheim) y su hijo adulto (Nicolás Saavedra) al principio toleran a Marina de manera glacial. Evidentemente están desconcertados y alarmados de que Orlando estuviera involucrado con ella, y la película es empática con su angustia y confusión sin excusar su hostilidad. También Marina intenta darles espacio para el duelo, pero la distracción que exigen se vuelve algo más: la negación de su amor por Orlando y su derecho a llorar por su muerte. Le prohíben entrar a su funeral y la amenazan con echarla del apartamento que compartían. El hijo de Orlando se lleva al perro. Conforme las cosas se ponen peor, Marina queda cada vez más desprotegida y sola.

Sería absurdo minimizar el impulso y el significado político de Una mujer fantástica o querer universalizar su representación de observaciones precisas respecto a la injusticia.

Marina sí es, de cierto modo, una mujer representativa: sus experiencias revelan un prejuicio muy enraizado que difícilmente se limita a Chile. Pero Lelio y Vega se enfocan menos en su estatus simbólico que en su presencia viviente. Tiene un carisma que desafía la lástima y un porte que puede ser intimidatorio y descorazonador.

La película es psicológicamente astuta y socialmente consciente, pero también está llena de misterio y melodrama, con colores brillantes y matices emocionales. Su melodía tiene adornos de notas almodovarianas y buñuelianas; su modestia superficial esconde un espíritu extravagante y rebelde.

Quizá no te des cuenta sino hasta el final de que lo que has estado observando es el retrato de un artista en la agonía de la autocreación.