Nicaragua, la izquierda latinoamericana traiciona su historia

Nicaragua, la izquierda latinoamericana traiciona su historia. En Nicaragua los dictados de la pareja gobernante, Daniel Ortega y Rosario Murillo, contradicen los valores de la izquierda latinoamericana.

Nicaragua izquierda latinoamericana

Cuatro días antes de la Navidad de 2020, el parlamento de Nicaragua bajo las órdenes de Daniel Ortega y Rosario Murillo, aprobó una ley para ilegalizar efectivamente a sus rivales políticos.

La denominada Ley de Defensa de los Derechos del Pueblo a la Independencia, la Soberanía y la Autodeterminación por la Paz agrupaba a toda la oposición, en la categoría de «traidores a la patria». ¿Democracia? No, nada de democracia. Todo lo contrario.

La ley también declaró que cualquiera que el gobierno considere terrorista y «conspirador» ya no puede postularse para un cargo electivo. También sirvió de pretexto para las detenciones en los meses siguientes de los principales aspirantes de la oposición a las elecciones presidenciales,  previstas para el próximo domingo 7 de noviembre.

El régimen insiste en que la ley no se dirige a los opositores sino a «agentes extranjeros que trabajan para socavar el orden constitucional». Antes de que el parlamento votara, Ortega gritó que «cualquiera que no defienda a Nicaragua … no merece llamarse nicaragüense».

Zurdos de derecha

El discurso de Ortega no es nada nuevo: los regímenes de las juntas mlitares del siglo XX han utilizado durante mucho tiempo esos términos para denunciar a los opositores.

En un comunicado del 12 de septiembre de 1973, el recién instalado régimen golpista de Chile denunció a los líderes del depuesto gobierno socialista como «traidores a la patria».

En Argentina, en diciembre de 1977, el dictador Jorge Rafael Videla dijo al diario La Prensa que «los ciudadanos argentinos no son víctimas de la represión. La represión es contra una minoría que no consideramos argentina».

Ortega y su esposa no solo están usando la misma fórmula, sino que confirman efectivamente su adhesión a los mismos métodos e intenciones. Esto hace que sea aún más sorprendente cuando los gobiernos regionales, y especialmente aquellos con recuerdos aún frescos de un pasado siniestro, evitan condenar tales ataques a las instituciones públicas y a la humanidad misma.

Los estados de izquierda que defienden las elecciones amañadas que se celebrarán el 7 de noviembre en Nicaragua no están tanto protegiendo al socialismo regional, como sí aprobando el despotismo mismo.